Primero vi la Lolita de Adrian Lyne (1997) y años más tarde la de Kubrick (1962). Primero conocí a Dominique Swain y luego a Sue Lyon. Antes amé la locura de Jeremy Irons que la de James Mason.
Por eso no se puede ir de mi cabeza Dominique Swain mascando chicle, sus movimientos descontrolados y esa subida por la escalera, en busca de Irons, antes de marcharse al campamento.
La Lolita de Kubrick es turbadora y sofisticada, con guión escrito por el propio Navokov, hizo de Sue Lyon más que un icono, algo insuperable. La de Lyne es de otra manera, es deseo, obsesión, pasión y locura.
No pretendo hacer una crítica ni de una ni de otra, ni siquiera quiero elegir una de ellas porque sencillamente no se puede. Pero la de Lyne retumba en mi cabeza.
Recomiendo, al que le haya gustado la versión de 1997, que eche un vistazo a las escenas eliminadas que, para mi gusto, hubieran hecho de la película algo aún más inquientante y bello.
Además, lo mío con Lolita está inacabado, yo no he leído la novela, pero amo a Lolita como Humbert y por supuesto, me hubiera gustado ser Lolita.